Esta semana he anotado tres eventos importantes que es
necesario mencionar.
En primer lugar la muerte de dos periodistas que me marcaron
en mi juventud. El primero alguien que sin exageración alguna puede ser
nombrado, a su pesar, una leyenda del periodismo de este país, Josep Martí
Gómez, quien sin haber estudiado la carrera ha dado lecciones sobre periodismo
desde hace 70 años en el Correo Catalán, La Vanguardia, El País o La Cadena
SER, donde le descubrí en sus comentarios finales de la Hora 25 de Carlos
Llamas. Un maestro de periodistas difícilmente comparable que tocó todos los
palos y excelió en todos ellos. Descanse en paz.
También descanse en paz uno de los periodistas clásico de la
Cadena COPE, Juan Pablo Colmenarejo, a quien tuve el lujo de entrevistar en un
par de ocasiones y que siempre se mostró cordial y amable en el trato. A pesar
de estar a una gran distancia ideológica, siempre le escuché respetar a quienes
no pensaban como él en su programa La Linterna. Siempre he dicho que si una
derecha española se pareciese mucho más a la que Juan Pablo Colmenarejo
representaba, que a la del recientemente fallecido (políticamente) Pablo
Casado, este país sería muy muy muy distinto.
Eso entronca con el segundo evento de la semana, la caída a
los infiernos del líder del PP. Pablo Casado ha demostrado ser un pésimo
dirigente del partido. Sin rumbo aparente, con continuos vaivenes ideológicos
(ahora soy liberal, ahora conservador, ahora quiero ser de VOX...), se le puede
acusar de ser uno de los culpables de que la ultraderecha tenga el poder que
tiene actualmente (sólo después de Ciudadanos y Albert Rivera). Igual que
ellos, en lugar de centrar sus partidos, los extremaron intentando competir a
ultraderechista con el partido de Abascal. El resultado de esa estrategia para
Ciudadanos ya se ha visto, y el de Casado, también. Si copias las estrategias
del lobo, es cuestión de tiempo que te acabe devorando el lobo original.
Cuando se publicó la noticia de que el PP había espiado a
Ayuso, era obvio quien iba a ser el vencedor de esa contienda, por varias
razones. Miguel Ángel Rodríguez se adelantó a la publicación de la noticia, la
propuso él no como un caso de corrupción sino como un caso de espionaje (en
Madrid ya se conocen casos similares en el pasado como el de “la gestapillo” de
la capital, que escondió el delito con un supuesto caso de espionaje). De esa
forma, MAR tenía marcado el camino del relato, que fueron comprando los grandes
medios de la derecha y que fue confirmado con probablemente una de las jugadas
más torpes del aún Pte. del PP: criticar públicamente a Ayuso por un caso de
corrupción, en un partido político en el que la corrupción no sólo no penaliza,
sino que casi se puede decir que legitima.
La torpeza, más allá de la falta de preparación y de haberse
rodeado de gente tan o más mediocre que él, ha sido lo que ha condenado a
Casado. Otra gran diferencia con Ayuso, que tiene colaboradores muy bien
preparados rodeándola. Al final Casado se ha ido quedando solo, por su pésima
gestión y por su nula capacidad propositiva, a menos que hablemos de
descalificar al adversario, que en eso era claramente creativo: Felón,
filoetarra, bolivariano, secesionista y golpista eran algunos de sus adjetivos
más habituales. Curioso, y muy gratificante, que él que usó tantas veces la
palabra “golpista”, no haya podido evitar los barones de su partido le hayan
echado con un golpe de estado. Él también, descanse en paz (políticamente).
Para terminar, tristemente, esta semana hemos sido testigos del tercer
evento de de la semana. La
guerra entre Rusia y Ucrania ha empezado cuando pocos la esperaban realmente.
Después de la campaña de fuerza de Putin para que Ucrania no entrase en la OTAN
y después de que EE.UU. y esta organización jugaran a calentar el conflicto creyendo
que el líder ruso no se atrevería a invadir a sus vecinos, se vio claramente
cual de los dos bandos estaba marcándose un farol. Este error estratégico ha llevado a
que una de las potencias mundiales haya llegado en menos de un día a la
capital, Kiev, que tuve la suerte de poder visitar hace unos años.
Los habitantes de Kiev, escondidos en el metro durante los bombardeos rusos.
Sus gentes son serias, muy serias, pero a la vez muy amables. Recordábamos con mi hermano como en una ocasión preguntamos a un ucraniano cómo llegar a un lugar de la capital. Este nos contestó con una expresión ruda, y una cara pétrea, pero a la vez dándonos todas las explicaciones y aún más para poder llegar sin problemas. Dentro del frío exterior de sus expresiones se oculta el calor de una gente amable y dispuesta a ayudarte en cualquier momento.
Cuales van a ser las consecuencias de esta guerra relámpago es aún una incógnita, no sabemos cómo va a cambiar el mal llamado Orden
Mundial, aunque, de momento, ya han provocado el encarecimiento los precios de la energía, aún
más. Qué nos depara el futuro, lo veremos en las próximas semanas, pero
aterroriza pensar en cual puede ser el siguiente paso de un Vladimir Putin que
aún no ha encontrado a nadie que pueda pararle.
Y eso no nos puede permitir descansar... en paz.