Hemos comentado muchas veces la doble vara de medir que se ha tomado con el independentismo y con determinadas posturas de izquierdas en este país. La persecución que han perpetrado determinados movimientos tectónicos del Estado para espiar a quien espiar, fabricar informaciones falsas, influir en elecciones de forma ilícita, se ha hecho más que evidente con el “Caso Pegasus”. Esta es una caja de truenos que ha evidenciado lo que a muchos españoles ya les parece bien, que contra la izquierda y el independentismo, como decíamos hace un mes en este blog, VALE TODO.
Es decir, poco importa que se espíe a otros partidos durante
negociaciones de legislatura, poco importa que ese fabriquen noticias falsas
para acabar con reputación de políticos independentistas o de Podemos, poco
importa que determinados jueces crean que está justificado espiar al
vicepresident de la Generalitat o a ganador de las elecciones a la alcaldía de
Barcelona, Ernest Maragall. Poco importa, digo, porque como ya hemos mencionado
alguna vez, a mucha gente le importa más la unidad de España que la democracia.
El concepto de democracia real, me refiero, no el sistema político que hay en
España, que no es una democracia. Y afirmo eso porque es muy difícil que exista
una democracia en un lugar donde la mitad de la población cree que está bien
espiar a rivales políticos o a futuros socios, o inventar noticias falsas para
que determinados partidos no lleguen al poder. Es decir, que aprueban la corrupción
política.
Porque la democracia es mucho más que el sistema político,
mucho más que las instituciones, mucho más que la arquitectura democrática que
se fundamenta en la Constitución, los poderes del Estado o los estamentos
socioadministrativos que los forman. La cultura política de un país es
fundamental para realizar una revisión de lo que ocurre en nuestra sociedad y
los atajos, delitos o crímenes que algunos toman para conseguir sus objetivos. La
cultura política es la que permite a una sociedad rechazar y repudiar
determinadas tácticas políticas, determinadas acciones judiciales o determinados
movimientos de lo que de forma simplista pero efectiva se ha denominado como
las “cloacas del Estado”. Una sociedad acrítica con la corrupción, como es
buena parte de la sociedad española, que prefiere que manden los suyos a que
haya una democracia firme y consolidada, respetuosa con los derechos sociales y
que no cometa “Casos Pegasus”, o “Watergates a la española”, que es lo que es
este caso.
Al tener la sociedad española una falta de cultura política,
de respeto por el adversario, de respeto por la diferencia, que no disidencia,
política, está esta sociedad condenada a caer en la corrupción, en el espionaje
(por muy justificado por la fiscalía y autorizado por un juez que esté). Cuando
Villarejo es tildado de demonio que avergüenza al sistema por un lado, pero se
le paga millones por otro para que haga
el trabajo sucio, la política española tiene un problema. Y cuando a la
sociedad española esto ya le parece bien, o le queda muy lejos, o le importa
tres mierdas, la democracia tiene un problema con España. Porque la
permisividad con algunos es la condena futura para otros. Las vistas gordas en
este sentido, salen caras. Los perseguidores de hoy son los perseguidos del
mañana. Este es un concepto que desde muchos sectores no se quiere creer, pero
con el que se tropezarán tan pronto como la ultraderecha vuelva al poder. Que
volverá. Y cuando eso ocurra…
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada