diumenge, 6 de març del 2011

Maestro

Miguel Ángel Aguilar, en su despacho,
con un puro siempre encendido.
El pasado 2 de marzo conocí a un maestro. Le conocí personalmente, quiero decir. A Miguel Ángel Aguilar hace años que le sigo, escuchando las ondas de Hora 25 de la Cadena SER. Llevo media vida oyéndole opinar, debatir e ironizar en esta tertulia nocturna, con quien durante años ha compartido micrófonos con otros tres mitos del periodismo como son Carlos Carnicero y a los ya fallecidos Carlos Llamas y Carlos Mendo. Esta es la segunda entrevista en profundidad que realizo para mi tesis doctoral y, como en el caso de Juan Pablo Colmenarejo, no puedo desvelar nada de lo dicho en ella hasta la publicación de la tesis. Pero sí puedo contar qué pasó antes y después. Llegué a su oficina, en la Asociación de Periodistas Europeos, cerca de las 18h. Es una oficina que podría pertenecer a un tiempo pasado, a principios de los años 80, con un cierto aire añejo y con un claro olor a puro. Los muebles y estanterías de las paredes están repletos de libros, papeles, carpetas y de una amplia variedad de objetos de la más variada índole. 

La mesa que me recordó a un viejo anuncio.
Cuando Pepi, su secretaria, me hace entrar en su despacho, pillo al personaje revisando sus emails. Me saluda brevemente antes de seguir con su tarea emailística y aprovecho la ocasión para observar atentamente el lugar donde me encuentro. Es un amplio despacho, igual de repleto de libros que la habitación anterior, posiblemente más, que tiene una vitrina de recuerdos y fotografías lleno de objetos que parecen mágicos. Allí se encuentran fotografías con los reyes, premios, condecoraciones, medallas, estatuas orientales, varios relojes, figuritas de varias formas y tamaños, algunas tazas e incluso un fusil. La habitación también cuenta con una mesa de reuniones bastante larga, de entre tres y cuatro metros de largo, y una decena de sillas a su alrededor. Al verla, un resorte salta en mi memoria, y me lleva de golpe al pasado, acordándome de un anuncio de hace un más de un par de décadas, en el que una mujer conseguía limpiar una mesa igual de grande usando sobre esta un producto maravilloso y lanzándose ella misma con una sábana sobre la mesa, deslizándose sobre sobre la misma como una surfista y dejándola milagrosamente limpia en pocos segundos, ante la atónita mirada de su compañera de limpieza. Un prodigio de imaginación de los Mad Men, sin duda. 


La caótica mesa del maestro.
Me fijo de nuevo en Miguel Ángel Aguilar, quien sigue respondiendo emails en una de las mesas más caóticas que he visto en mi vida (incluyendo la mía, por cierto). Varias montañas de papeles se distribuyen de forma aparentemente desordenada y campan con total comodidad con la bendición de su amo, que parece sentirse completamente a gusto en un escenario tan peculiar. Tomo varias fotos y le explico de qué trata mi tesis antes de comenzar la entrevista. Él reenciende un puro al que le queda poco tiempo y comienza a contarme sus impresiones sobre lo que son las tertulias. Una hora y 55 segundos más tarde, este veterano periodista me acompaña a la salida, aún con un puro en sus manos, y le prometo que le mandaré la entrevista que realicé a Carlos Llamas hace ya 10 años (y que podéis encontrar en la barra lateral de este mismo blog). Ése aromático olor a puro nos ha acompañado durante toda la entrevista, terminando el que ya tenía empezado a mi llegada y comenzando uno nuevo, cuando quedaba poco para terminar. Es un olor que me recuerda a mi ya fallecido abuelo, Guillermo Arís, quien también destacó en su profesión y disfrutaba del aroma que le proporcionaban los habanos que solía fumar. En la soledad de un ascensor algo oscuro y antiguo, me sobreviene un subidón de adrenalina, alegría y entusiasmo, por haber podido conocer y entrevistar a un todo maestro del periodismo y la radio de este país.  Creo que incluso le he caído bien. Misión Cumplida. 

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