El siguiente artículo fue escrito para la Revista Luzes en gallego (podéis leerlo aquí). Esta es la versión original del mismo.
Hace mucho tiempo que cuesta entender las resoluciones
judiciales relacionadas con Cataluña. Y más si analizamos las últimas,
relacionadas con el Covid. No negamos que las resoluciones estén ajustadas a
derecho, pero en ocasiones algunos jueces, magistrados y fiscales parecen
olvidar que estamos en un periodo de pandemia mundial, con una enfermedad
mortal campando a sus anchas por todo el territorio y con un sistema sanitario
al borde del colapso.
Pero demos un paso atrás: La inhabilitación de Quim Torra llevó a la convocatoria de elecciones el 22 de diciembre, fijando la fecha automáticamente (como estipula la LOREG) para 54 días más tarde, es decir, el 14 de febrero. El decreto de convocatoria ya incluía la posibilidad de aplazarlas a causa del Covid. Para evitar que las elecciones coincidieran con la tercera ola, el vicepresidente Aragonés firmó un decreto “de rectificación” en el que retrasaban las elecciones al 30 de mayo. Ese decreto es el que la Justicia ha paralizado. Una decisión difícilmente entendible a nivel sanitario ya que obliga a votantes y participantes en las mesas electorales a exponerse a un virus mortal, ya sea en su cepa británica o no, cuando se podría hacer en fechas menos peligrosas.
Todo ello con un ministro de Sanidad, Salvador Illa, recién nombrado como candidato y con un CIS bajo el brazo que, como analizaron en La Vanguardia, situaría al nacionalismo / independentismo con una cifra poco creíble del 40% de los votos, mientras el resto de sondeos les sitúan entre el 46 y el 52%. Es un dato tan poco creíble de hecho que no se registra desde 1980. Es mucho más probable que ERC gane las elecciones y gobierne con PSC como socio, por tanto, la tezanización del sondeo parece bastante obvia.
Pero quien debería velar por la salud de todos los votantes, parece muy interesado en que estas elecciones se celebren cuanto antes, a pesar de que nos ha recalcado hasta el aburrimiento que hasta que no empiece la campaña no dimitirá de su cargo de ministro y se dedicará “al 101%” a la salud de los españoles. Incluso el Presidente Sánchez está de acuerdo con jugar a la ruleta con la vida de los catalanes para poder cerrar “cuando antes un ciclo estéril, una década fracasada y abrir paso a un cambio” que “se llama Salvador Illa”. Suponemos que con “fracasadas” se refiere a todas las campañas del PSC de la última década.
En el resto del bloque unionista, Ciudadanos prevé una caída estrepitosa en escaños tras una legislatura decepcionante (recordamos que ganaron los últimos comicios y ni presentaron candidata en la investidura), en la que se produjo la dimisión del gran líder Albert Rivera, la marcha de Arrimadas a Madrid, la celebración de las primarias catalanas y la decapitación de la candidata ganadora de las mismas Lorena Roldán para que Carrizosa se pusiera al frente de los naranjas. Una jugada maestra que acabó con el fichaje de Roldán por el PP a pocos días de las elecciones. Además, se prevé que VOX entre por primera vez en el Parlament precisamente a costa de votos de PP y Cs, con lo que hacer pronósticos sobre cómo acabarán los porcentajes entre los tres partidos aún es un misterio digno de un catalán ilustre como Sandro Rey.
Mientras tanto, en el bloque independentista, si es que ERC aún lo es, las aguas están igual de alteradas que en otro bloque. La antigua Convergència, otrora “la casa grande” del nacionalismo catalán, se ha convertido en un “edificio de apartamentos” al estilo de La que se avecina, con todos los vecinos a la gresca. Junts acoge a los puigdemontistas, PDCat a los nacionalistas e independentistas más moderados y PNC (Partit Nacionalista Catalá, una suerte de PNV catalán), reúne a los restantes nacionalistas no independentistas (léase Marta Pascal, Carles Campuzano & Co). Todo esto, hijos míos, anteriormente era un solo partido.
Por su parte, también quedan la eterna aspirante al título, ERC, que en los últimos dos años se ha vestido de Convergència para intentar, por fin, reganar una Generalitat que no lideran desde tiempos de la II República. Este giro peixalcovista (es decir, decidido a pactar con el PSC en caso de ser necesario para volver a gobernar) podría funcionar en un determinado tipo de votantes, pero definitivamente les alejarían del votante independentista más arrauixat (o pasional, ahora con Puigdemont). Lo que ganen por un lado, quizá lo pierdan por el otro.
La CUP por su parte sigue viva, que ya es mucho dado el perfil bajo de este partido en las últimas legislaturas, y es probable que repita resultados a pesar de ello. Con más tiempo, incluso podríamos analizar el aplazamiento de las elecciones del Barça. Pero eso, como dicen los clásicos, ya es otra historia.
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