Recientemente en Malas Noticias, el blog de Ángel Calleja, publiqué este artículo sobre Cataluña y los recientes acontecimientos que han llevado a la formación del Govern y el nombramiento de Carles Puigdemont como el presidente nº 130 de la Generalitat.
En una política convulsionada
por los recientes resultados electorales, la consecución de un acuerdo, por muy
a última hora que se haya producido, debería ser motivo de una cierta alegría.
Tras el 20-D, muchos políticos enarbolaron la bandera del "es la hora de
los pactos". El propio portavoz del PP Rafael Hernando, azote de la
oposición en los últimos años, declaró en "Al Rojo
Vivo"
de laSexta que su partido defiende (ahora) gestos de acercamiento como el que
representa "El
abrazo" de Juan Genovés. Fracasado el
"que
gobierne la lista más votada" por imperativo legal de esta
democracia parlamentaria en la que vivimos, al PP le parece que es hora de apostar
por lo que ha votado el ciudadano, el maldito pacto.
En Europa son habituales, pero
en España se suelen interpretar como una subyugación del o al adversario. Por
tanto, cuando estos se acaban materializando, dejan siempre una sensación de
derrota en todos los partidos: en quienes no los desean, porque se han
producido, y en quienes los consiguen, porque han perdido más de lo deseado por
el camino.
Un ejemplo de ello es que, tras
la política de líneas rojas impuesta después de las generales, todo hacía
suponer que el siguiente paso en Cataluña iban a ser unos nuevos comicios, para
enmendar lo que hasta el sábado
9 por la tarde no habían sabido hacer los
partidos catalanes: pactar. La realidad se ha llevado por delante esa teoría.
Para entender por qué la CUP ha
prestado su apoyo a Junts Pel Sí para formar un gobierno independentista a
cambio de la retirada de Artur Mas hay que tener en cuenta varios aspectos.
El primero es que unos nuevos
comicios no hubiesen ayudado a nadie. Junts Pel Sí y la CUP hubiesen perdido
diputados, por lo que se hubiese terminado la mayoría absoluta independentista que
actualmente hay en el Parlament. Convergència no quería cortar la cabeza de
Mas, pero la perspectiva de que ERC fuera en solitario aterrorizaba a la cúpula
de CDC, porque un sorpasso era más
que probable. A la CUP, por su parte, la posible participación de Ada Colau en unos
nuevos comicios les hubiese comido buena parte del voto social. En este
escenario, las únicas alternativas eran pacto o fracaso.
El segundo es que, como explica Antonio Maestre en este texto
publicado en La Marea, la CUP ha sacrificado parte de sus valores por un bien mayor: la
soberanía.
La CUP lo sabe y ha pagado el
precio más alto. Visto y leído el acuerdo in extremis, son Antonio Baños, excabeza
de cartel de la formación asamblearia, y sus seguidores los que han asumido el
desgaste. El lenguaje del documento los ha dejado a los pies de los caballos y
ha desatado las críticas de la izquierda española. Como dice Manel Fontdevila
en su viñeta, alguien de izquierdas puede ser cualquier cosa, menos
independentista.
Junts Pel Sí, que parecía
doblegada, ha marcado muy bien los tiempos. La cabeza de un isrealita (Artur
Mas) no ha costado la de diez palestinos (los diez diputados de la CUP) como
desveló Anna Grabriel, pero sí ha destruido buena parte de la reputación de los
anticapitalistas. De esta forma, va a ser muy difícil que la mitad más social
de su electorado (y sobre todo, el resto de la izquierda estatal) vean
coherencia en su actuación, aunque efectivamente hayan cumplido eso de "no
investiremos a Mas ni permitiremos que el procés descabalgue".
Decía Baños en el
programa Carne
Cruda que muchos independentistas veían a Artur Mas como un tapón para que
el independentismo siguiera adelante, que era una lacra demasiado grande para
en el resto del Estado se tomasen el procés en serio. Ahora ese tapón ya no está y
el independentismo sigue adelante con una cabeza nueva.
Las razones del independentismo
Si uno piensa fríamente cuales
pueden ser las razones por las que la ciudanía y los partidos han optado por el
independentismo, uno llega a la conclusión que a estas alturas, importa ya muy
poco. Se ha llegado a un punto irreconciliable entre los dos bandos a nivel
político y, en el aspecto social, visto el percal, cualquier razón parece buena
para irse de España. Aun así, ¿merece la pena el independentismo, aún con una
figura como la de Carles Puigdemont -compañero de Mas en CDC- al frente del
proceso? La respuesta es obvia: si el objetivo es la República Catalana, debe ser la de todos. Convergents, peperos,
ciutadans, cuperos, podemitas, de Esquerra y de cualquier otro partido o
ideología. Y Convergència, guste o no, tiene el apoyo de centenares de miles de
votantes a los que no se puede ni debe dejar de lado.
Es indudable que la imagen es
fundamental en política y que la de la CUP ha caído por los suelos tras el
acuerdo, pero las paradojas de la política española llevan a la izquierda
española a criticar fieramente que se invista un independentista neoliberal (Carles
Puigdemont) desde un partido anarquista, y al mismo tiempo ver perfectamente
normal que el PSOE consiga un presidente del Congreso (Patxi López) con la
ayuda de los dos partidos neoliberales de pulserita rojigualda (PP y
Ciudadanos).
La duda que le podría quedar a
un marciano si viniese a visitarnos es si a la mitad roja de este país le jode
más investir neoliberales o poner en duda la unidad de España.
La reacción de ‘Madrit’
Siguiendo el tópico
de que en ‘Madrit’ siempre necesitan demonizar a un líder catalán para sentirse
bien (Jordi Pujol en los 80, Carod Rovira en los 90 o Artur Mas a partir del
nuevo milenio), con el 130 president de la Generalitat no lo tendrán muy
difícil.
La toma de
posesión de Carles Puigdemont, sin mencionar ni al Rey ni a la
Constitución, será investigada
por el Estado y su frase final en
su primera aparición en el Parlament, que acabó con un "visca
Cataluña lliure", añadirá algo más leña al fuego.
Esta será la tónica en
las próximas semanas y meses: gestos, leyes y proclamas desde Cataluña,
seguidas de su inmediata investigación legal desde el Gobierno y sus
respectivas ramificaciones judiciales (Tribunales Supremo y Constitucional,
Abogacía del Estado) como ya ha ocurrido con la declaración
del Parlament que suspendió el TC.
Hagan lo que hagan,
estamos en un proceso de ruptura demasiado avanzado como para echarse atrás. El
propio Puigdemont pedía a su nuevo Govern que no tuviera miedo y que “no nos
tiemblen las piernas”, pronosticando una carretera llena de curvas en los
próximos meses.
Mientras tanto, una
figura institucional como la del Rey Felipe VI, quien teóricamente debe ser
aglutinante, ha preferido rechazar
recibir a Carme Forcadell, quien guste o no es otra figura
institucional de peso, la presidenta del Parlament catalán.
Comunicacionalmente
es una decisión perfectamente comprensible porque el desgaste interno
(entiéndase interno como de la derecha cavernaria de la TDT española) que hubiera
tenido el monarca al recibirla hubiese sido de órdago, teniendo en cuenta el
escaso o nulo afecto que el independentismo ha mostrado por la Corona y lo que
ella representa. Más aún teniendo en cuenta que ese mismo día la infanta
Cristina se sentaba en el banquillo de los acusado por el "Caso Nóos". Por otro lado, no recibir
a Forcadell da más argumentos al independentismo, que poco espera de la Corona
ya.
El futuro de Cataluña
Internamente, la
política catalana variará poco. Junts Pel Sí gobernará con mayoría y seguirá la hoja de ruta planeada. La CUP apretará todo lo posible y la oposición continuará,
garrote en mano, alabando los beneficios de quedarse en España.
A pesar de que Mas y
Convergencia han salvado, quizá, el match
point más importante de su
historia con este pacto, recomponerse y refundarse no va a ser una tarea fácil.
El experto en relaciones públicas Agustí de
Uribe-Salazar tiene muy claro que
sería mucho más adecuado " limpiar el
partido antes que tratar de crear una marca nueva que llegue a la población
catalana tanto como la más que
consolidada de
Convergencia. Es evidente que la credibilidad solo se podrá obtener de una
radical y profunda higiene interna, apartando a todos aquellos individuos
sospechosos o confesos de operaciones dudosas. La creación de una nueva marca
sin haber efectuado esta regeneración en sus cuadros y militantes será
percibida como maquillaje y no como realidad. Más de lo mismo, sin actuaciones rigurosas,
no es de recibo." El fracaso electoral del grupo parlamentario "Democràcia i llibertat" (Convergència
sin Unió en el Congreso) ha sido palpable y la elección del nombre, más que
dudosa visto el resultado.
Lo cierto es que a
pesar de sobrevivir, la formación conservadora catalana tiene un durísimo
camino por delante si quiere volver a dirigir Cataluña, visto el enorme terreno
que le ha comido ERC en esta etapa de crecimiento independentista, y por los
aires de "nueva política" que traen los partidos emergentes, que
obtuvieron muy buenos resultados en las últimas elecciones generales.
El futuro de
Cataluña parece un poco más claro que hace unas semanas, por primera vez en la
historia con una mayoría absoluta independentista de escaños en el Parlament,
que provocará un descarado "Pressing PSOE" para que apoye a Rajoy o,
por lo menos, se abstenga en la investidura.
Por eso hay que
destacar que el PSOE haya respaldado a ERC y
Democràcia i Llibertat para que tengan grupo propio en el Senado. No es un gran
gesto, pero sí puede entenderse como una cortesía o como un método para evitar
que PP y PSOE sean los únicos grupos de esa cámara. Sea por querer
diferenciarse del PP o por realizar un leve, levísimo, acercamiento a Cataluña,
que siempre es bienvenido, aunque sea (como siempre en el PSOE) tarde y mal.
En cuanto a los
primeros pasos de Puigdemont, ha afirmado en su primera entrevista
televisiva tras ser nombrado que quizá se alargue el proceso de 18 meses hacia
la soberanía. Oriol Junqueras (ERC), su vicepresidente, advierte de que se avecinan “dificultades enormes”. Esto, más que
echar agua al vino o demostrar ganas de perpetuarse unos meses más en el cargo,
parece una manera de dar al proceso el tiempo que necesite, más allá de los
celebérrimos 18 meses. Sea como sea, parece claro que la carretera hacia la independencia
va a estar llena de curvas y piedras en el camino.
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