En el último mes he tenido la oportunidad de dialogar con gente que se cree en la más absoluta posesión de la verdad. En distintas discusiones, algunas muy acaloradas, otras más civilizadas (como la que mantuvimos Patricia Horrillo y yo con un colectivo anarquista en el programa de Agorasol Radio "Barrio Canino"), el interlocutor se dirigía a nosotros como (y nos calificaba como) gente que está equivocada y que algún día entenderá las razones del argumento planteado, irrebatible a su entender. Como sabéis, las palabras tienen una gran fuerza y expresarlas de un modo o de otro indica con claridad qué tipo de mente tiene tu interlocutor. Cuando alguien se dirige a ti diciendo que "estás equivocado" o que "un día lo entenderás", aparte de un paternalismo despreciativo insufrible (y en ocasiones, muy hostiable), lo que quiere decir es que la persona que te interpela no tiene un mínimo atisbo de duda en sus planteamientos.
La duda, fundamental para el pensamiento democrático. |
Este aspecto podría ser bueno en otras circunstancias pero en una discusión lo único que provoca es el bunkerismo ideológico y el inmovilismo argumental. Es decir, encerrarse en una idea fija sin llegar a contemplar la más mínima posibilidad de que estamos equivocados. Es el otro quien se equivoca. En un debate, en una tertulia o en una simple discusión de bar, la contienda argumental debería estar siempre dirigida por un halo de duda, que nos permita absorber planteamientos de nuestro contendiente dialéctico. Es decir, no creernos sabedores de una verdad sin paliativos, sino dar la oportunidad al otro de que pueda tener la razón, porque si no es así, ya nos encargaremos nosotros de rebatirle con argumentos y, si se da el caso, de convencerlo. Es la diferencia entre quien piensa en escala de grises y quien lo hace en un paradigma de blanco o negro.
Viñeta de J.R. Mora sobre el escrache. |
Creo que en este país estamos sufriendo en los últimos tiempos de una peligrosa deriva. El Gobierno lo hace a golpe de decreto, criminalizando cualquier acción ciudadana (como ha planteado Antonio Maestre en su artículo del periódico La Marea), radicalizando las posturas para cargarse de (falsas) razones para actuar contra el conjunto de la ciudadanía, aplicando leyes restrictivas. Creo que, por ejemplo, el escrache, no es ni más ni menos que la manifestación pacífica de una indignación y un hartazgo de la población, además de ser hijo de la situación que vivimos. Intentar prohibirlo o criminalizarlo no es sólo una barbaridad (como lo calificó el principal sindicato policial), sino también dar la bienvenida a que algunos desalmados quieran ir más allá, con lo que ello implica. Quizá es lo que está buscando el Gobierno, que las cosas se saquen de madre de tal modo que cualquier protesta ciudadana quede desprestigiada.
El escrache, la última herramienta reivindicativa de la PAH. |
En todo caso, se detecta claramente una radicalización de posturas que proviene de la actual situación social, de los sucesivos recortes, de la imposibilidad de los partidos políticos de deshacerse de los intereses y los lastres del pasado para afrontar las dificultades del presente y de una clamorosa falta de humanidad de algunos colectivos, que se limitan a cumplir órdenes. A diferencia de estos, otros como los bomberos, se han negado a obedecer para no perjudicar a la ciudadanía, como en el caso de los desahucios. Es decir, una parte del sistema ha actuado por el bien del conjunto, no por los intereses de quienes le dan las órdenes. En este caso, la disyuntiva "o con nosotros o contra nosotros" queda anulada ya que una parte del sistema, los bomberos, se niega a participar en el orden establecido, sin querer salir de él. Eso le pasa a mucha gente, que no está en contra del sistema (la democracia) sino que quiere que mejore, que no le robe derechos y que no le deje en la calle con una deuda que no va a poder pagar en toda su vida. Es decir, a diferencia de los nazis, lo que han hecho los bomberos, la PAH y otros muchos ciudadanos es poner en duda la legitimidad de las órdenes recibidas, en lugar de obedecer ciegamente a sus amos como suelen hacer los diputados. Por ello para evitar errores del pasado, creo que es más necesario que nunca perder el miedo a usar la duda y a huir corriendo del pensamiento bunkeriano.
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